domingo, 19 de octubre de 2014

Fragmento de la nouvelle...El faro San JUAN SALVAMENTO

                                                 II



      Los varios meses de invierno y destemplanza habían socavado el carácter de algunos de los hombres hasta el punto de la locura. Uno de ellos, Velázquez, perjuraba haber visto un ánima en pena. Le habló en sucesivas noches de ronda, hasta podía describirla…, casi tocarla… y recorrer su rostro con la mano extendida. Sería, por deducción de los otros, unas de las tantas mujeres que sucumbieron  a los naufragios y sus cuerpos yacen dentro del mar helado, como una tumba despoblada de recuerdos.
¡Sí, ya sé, ustedes no me creen!, pero muchas noches me despierto jadeando. Como  si ella estuviera recostada a mi lado en el catre. Con su tez… de un blanco mortecino. Una cabellera roja, como la sangre misma.      Unos ojos verdes, como las más preciosas esmeraldas. Se queda en silencio en un rincón sombrío–dijo Velázquez.
     Lo interrumpe Rudolf, con un lenguaje entre español y ruso.
– ¿Me creerán loco?  En mis rondas, cuando camino por el ala norte del faro, junto a la restinga, contando unos ciento veinticuatro pasos con el sol en el poniente, escucho una voz… de un hombre maduro desde la nada; que me incita a matar al Prefecto Ramírez. En algunas oportunidades me despierto en las madrugadas con una sudoración impropia para el clima hostil. Con una daga en mi mano derecha, mirando el catre del Prefecto.
– ¡Sí… me pareció una actitud bastante extraña! en algunas noches de insomnio, sentir uno ojos clavados en mi nuca –aseveró el Prefecto.
–Ya que estamos en una cuestión de deschave… –aclara Anselmo. Saben que 

Buenos Aires

                              Buenos Aires

La ciudad cavila mentes obtusas
 transpira humanidad en los adoquines.
Sus calles se atiborran de miradas perdidas
 y un aroma dulzón se descuelga de las banderolas.
Añoranza y juventud desborda las plazas
 y los carruajes chirrean entrañas de acetato.
Una flor
sobre el banco frío
da cuenta del romance
 y la noche se adueña de los pasos emanando aires de libertad.
Las glicinas y los rosales la envuelven en silencio
ella abre su corazón de latón por varias horas.
Los gatos en los tejados maúllan en seco
 y las jaurías de perros destruyen las bolsas olientes.
Los encargados barren las infinitas calles
y unas vecinas
distraídas
charlan  con las voces de los otros.
Las sirvientas con sus vestidos a rayas taconean y levantan sus bustos
 y los patrones ostentan zapatos nuevos y vicios viejos.
La ciudad se viste de lo que fue y añora lo que es
un mendigo en la puerta de la iglesia desnuda sus vanidades.
Los vendedores ambulantes fabulan ficciones y venden ilusiones
la patria está presente en los vértices y los zaguanes
las imágenes se reflejan en los faroles y en los ojos de los ciegos.
Los espejos vomitan fragmentos de un viejo Buenos Aires
deslucido, altanero, con alma de arrabal
el coraje se arremolina en una refriega de cuchillos.
El otro interrumpe estos versos
y se acomoda torpemente los lentes.

Autor: Segovia Monti



El muelle

El muelle

Palos enflaquecidos por el rumor de las aguas
destellos de plata, alfombras almizcleras
tibias estelas viborean el alma.
Una ráfaga otea la piel,
la enlutada tarde
se duerme
en el
 trajinado río.
El firmamento alumbra
y
destella
tablones en mohecidos.
Los mimbres danzan
y
las chicharas chirrean
el amanecer.

Autor: Segovia Monti
                                             Tigre 2013.


FAROS...






PATIO ENTRE LAS SOMBRAS

El patio entre las sombras



Un gran parque con arboles añosos y vegetación tupida. Pinos centenarios reminiscencias de un casco de estancia, aljibe y glorieta. Bancos enjutos y mesas en material, revestidas con trozos de azulejos en damero blancos, rojos, amarillos y algunos también verdes. El tablero infaltable de damas o en su defecto ajedrez en centro de la mesas. Con la complicidad que da la sombra  dividiendo maldades de vanidades, se encuentran a la vista de pocos, varios pasillos insultantes de granitos y lamentos. Con pisadas rutinarias que no conducen a nada. Desgranados como el marlo, una treintena de locos desplazan sus humanidades apoderándose a las anchas del patio, de sus recovecos, dando un lugar de privilegio a las aristas y las rectas. Algunos, sin poder cruzar la frontera que determina la sombra lacerante, dentro de sus calcinados cerebros, perturbados por los avatares de la vida y la decidida de la gente. Con mirada sin vida, en algunos casos… con los ojos dados vuelta. Sus lenguas protráctiles volcadas al infinito.
Centraremos la mirada en alguno de ellos, tratando de bucear en su pasado y  presente. ¿Como un ser humano integro termina depositando sus piltrafas desojadas en el patio? Mezclándose entre muchos locos o entre ninguno. Cayendo en precipicios de depresión  o euforia. Transformándose en un maniaco o entrando en un delirio de persecución. O simplemente ser un don nadie, que no sirve ni para autoabastecerse.
Uno de ellos, “el gallito Solari”, apodo de la época de jugador de futbol en el deportivo Morón, petizo,  con un cuerpo atlético para sus años, bordea los setenta. Con un sombrero al estilo tanguero, pantalón de vestir sucio y saco deshilachado y mal lucido. El pucho fiel compañero de tantas horas de ocio, los dedos manchados con la nicotina hasta el punto de la laceración. Una pava chica plateada con mango negro roído, se la ve muy abollada .El mate lavado, con yerba que se seca al sol y una sola canilla para la treinta de locos, en el extremo norte del patio. Al final, donde comienza la sombra, “El gallito Solari” llena la pava con torpeza, se le cae un poco de agua y grita (acercando las dos manos a la boca) ¡agua caliente! a viva voz. Unos diez locos se agolpan alrededor de la pava y comienza una ronda improvisada, desprolija de mates y yerbas que van cayendo al parque como  dominós en ecuaciones matemáticas. Algunos intentan hablar palabras sin mucho sentido o estado de pertenecía. Dialogando con ellos mismos, peleando y pujando con sus mundos internos, con sus fantasmas, y gestos…, ademanes abruptos, torpes y  a veces pueriles, dejando desnudar sus inocencias o sus más bajos instintos.
Otros de los personajes bucólicos es el tano Carmelo. Había sabido trabajar de chapista, por allá en los confines de la tierra misma, en Ushuaia. Paraba en un bar donde las copas no faltaban; gastando los pocos pesos que ingresaban de las changas en arreglar con obsesión un auto antiguo elMorris, que vaya uno a saber por qué se encariño. Lo tapaba de noche como a un hijo, lustrándolo con una franela que siempre pendía del  bolsillo trasero del pantalón.. Eran ocho manos superpuestas de pintura y entre cada una, lija al agua y mucha dedicación. Caminaba en el patio agazapado como un león que se regodea con su presa y no sabe cuándo va dar el zarpazo.
Dicen que una noche (otros no lo creen) donde los fantasmas presionaban su sesera. No aguanto más  y cruzó el patio. Desapareció para ya no saber más de él, sus amigos reciben noticas, que sigue lustrando “el Morris”.
Dimes y diretes nos conducen a la noche donde su despojos se fue del patio. Al saltar el gran paredón quedó tullido, con una insoportable cojera, y algunos compañeros relatan interminables conversaciones con el Tano Carmelo. A las madrugadas transita arrastrando una de las piernas, por los interminables pasillos del gran patio, entre burlonas y arabescas sombras.
Otro loco lindo era Julio, de aspecto sajón muy alto y rubio, con un bigote profuso y ojos azules como el mar mediterráneo en días soleados. De pasos espaciados, dejando descansar su osamenta. De pocas palabras, austero, con un lenguaje raido. Como infundiendo miedo, rotando las palabras y a veces le salía una voz interior muy gruesa como si otra persona habitara dentro de él. Con un sueño recurrente, donde todas las noches tiene que matar a su padre. Si uno lo observaba detenidamente hasta se puede ver el cuchillo en su mano, sentir el puntazo en el costado derecho y como la sangre sale a chorros insultantes que se mezclaba con los residuos del patio,  discurriendo entre la yerba y mojando el pasillo de granitos y lamentos.



Autor: Segovia Monti.




Un amanecer diferente

Un Amanecer diferente.                                                                                                       
                                                                                               
                                                                                        
                                                                                                                           
                                                                                                                                                       
Las primeras luces de la mañana dejaban vislumbrar, un bulto en el andén…
 La estación de San miguel, muy concurrida por trabajadores cuenta prosistas, changarines y simples obreros, estaba agolpada pergeñando una improvisada ronda, al rededor de ése bulto.

Darío, era un peón de albañil. No llegó al puesto de oficial. Sin  estudios primarios completos, muy hábil con sus manos, realizando finos trabajos de mampostería. Todos los días viajaba en el tren San Martin, subiendo en la estación de San Miguel. Conocía de memoria el andén, caminaba veinte pasos en dirección al sur y aparecía el quiosco, se había hecho adepto a unas pastillas refrescantes, le sacaban un poco el aroma a cigarrillo, que tenia impregnado en sus pulmones y en los dedos amarillentos.
La humedad, el rocío que se acumulaba le daban al andén, una imagen fantasmagórica, casi animal. El colectivo cuatro cuarenta colorado de cartel amarillo, lo transportaba a su barrio Manuelitas. Paraje muy humilde, con gente de manos transpiradas y callosas, con miradas sombrías y lúgubres.
El tren lo depositaba cerca de su trabajo; se bajaba en Palermo, después de caminar unas veinticinco cuadras, no se podía dar el lujo de tomar un colectivo,  llegaba al obraje.
Había peones con cascos amarillos, ruido a cinceles, golpes de masas pesadas, hierros contra hierros y olor a cemento.
Muchas horas de trabajar bajo el sol implacable de enero. Su camisa  totalmente transpirada, sus manos le hervían. El  esfuerzo era extremo, doblar  ayudado por la rodilla los oxidados hierros del ocho. Cuando por fin terminaba su jornada, se lavaba en un pileton maltrecho, con los pocos enseres que poseía, una toalla sucia y un jabón roído, manchado con grasa.
Caminaba con su bolsito marinero, hasta la estación  y se bajaba en San Miguel apoltronándose en el bar mal oliente. Cargado de borrachines y pendencieros.
 Una de esas tardes, que andaba con el pie izquierdo. Donde sus instintos, liberaron  lo bestial que tenía atrapada dentro de su cuerpo, sedujo  a Laura. Una morocha hermosa, impactante, con más curvas que suspiros. Ojos saltones color miel y una sonrisa cautivante. Con cierto dejo de complicidad, su pelo cobrizo, le llegaba justo a la cintura.
Basto unos pocos encuentros carnales, donde sus torsos, se transportaban en un candoroso frenesí.

No tardo mucho tiempo la pareja de Laura  en enterarse de lo acontecido.
Estudiando los movimientos y los horarios en que tomaba el tren Darío, hasta la ropa que  llevaba puesta.

Un amanecer con un puñal rastrero, lo esperó en el andén. Que Darío conocía de memoria.


Autor: Segovia Monti.

###